Los vendedores de matracas
Por Homero Bazán Longi
No podían faltar en fechas festivas para armar el mitote con el singular escándalo que producen estos instrumentos.
Durante algunas semanas, familias de artesanos de juguetes en madera se dedicaban a elaborar estos ruidosos chuchos que a veces exhibían en su decorado leyendas como: "A brindar ahorita que luego quien sabe", "El próximo año nos las curamos" o "Albricias, un nuevo año, qué buenas noticias".
Pasada la Navidad y en la víspera del Año Nuevo, cuando la mayoría de los capitalinos se preparaban para armar un argüende a las 12 con un minuto del día 31, los vendedores de matracas hacían su aparición en las plazas y calles más populares y ofrecían a los parroquianos la herramienta ideal para armar escándalo a la hora de las uvas. Antaño esta artesanía tradicional era una de las preferidas para recibir el 1º. de enero en compañía de la familia y los amigos.
Todos los matraqueros, padres e hijos, se dedicaban a recorrer las calles desde unos cinco días antes de la mencionada fecha y agarraban muy buena clientela afuera de las cantinas, las pulperías, en los parques con muchos chamacos y afuera de las iglesias. No obstante, el mejor lugar para la venta era el Zócalo capitalino y en los alrededores de la Catedral Metropolitana.
Por supuesto las matracas siempre eran bien vistas para el ánimo festivo, sin embargo quienes las vendían conocían por experiencia un curioso fenómeno: muchos fulanos que en todo el día habían pasado de largo, se acordaban de las matracas en los últimos quince minutos del año. En ocasiones los matraqueros de otros barrios se reunían en la plaza más importante media hora antes, a sabiendas que toda su mercancía se agotaría en un abrir y cerrar de ojos.
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